lunes, 29 de septiembre de 2008
Aprender a comunicar con el corazón
Conviene que tengamos en cuenta que, en cualquier proceso comunicativo, todo aporta información, incluso lo que no tenemos en cuenta a priori, durante o después de la propia comunicación. Asimismo, puede darse el caso de que comuniquemos algo hasta sin querer hacerlo. Un claro ejemplo de esto que referenciamos es, precisamente, cuando damos a conocer nuestro estado de ánimo en función incluso de la ropa que vestimos. Por otro lado, es cierto que no es fácil detectar sentimientos y lo que podríamos denominar como abstracto. No olvidemos que hay un aspecto intuitivo que, con la edad, vamos perdiendo. De pequeños, los niños y las niñas saben cuándo están en un ambiente seguro y confortable, sin necesidad de entender todas las claves comunicativas. Hay una especie de percepción que les llega, como un sexto sentido. Con el paso del tiempo lo vamos perdiendo. Por eso digo siempre que a comunicar se aprende comunicando, mirando a los ojos, fijándonos en las manos de nuestros interlocutores, etc. Igualmente, siempre defiendo que, cuando estemos ante alguien que desconocemos culturalmente, lo mejor es ir poco a poco, tanteando, viendo sus reacciones y sus motivaciones. La prudencia en estos casos es una ayuda para no errar y para no tener que enmendar actuaciones u omisiones que nos podrían "complicar" la relación. Como máxima apliquemos el pensamiento que indica que una imagen vale mucho más que una palabra. Tanto es así que influye en un 80 por ciento de la comunicación total que queramos realizar. Precisamente porque todo comunica, debemos tener en cuenta cuantas más vías de información mejor, con el fin de completar y de complementar los mensajes tanto en nuestro papel de emisores, cuando sea el caso, como cuando seamos receptores. Nadie niega que, para comunicarnos, hay capacidades intrínsecas o heredadas, en todo caso innatas, pero eso no quiere decir que no haya una serie de hábitos o de actuaciones que no las podamos aprender y aprehender paulatinamente. Recordemos que es crucial la capacidad y la buena disposición para ejercer o desempeñar una determinada tarea, función, empleo, etc. Por lo tanto, una parte sustancial en toda comunicación es la voluntad. Abundando un poco más en cuanto decimos, subrayemos que, como todo no se puede prever, si resulta que hay algo que no sabemos, lo mejor es reconocerlo honestamente y remitirnos a una ulterior ocasión, a donde llevaremos la posible solución o respuesta. Ante todo, debemos ser honestos y mostrarnos como humanos. No siempre se puede calcular todo. Según la doctrina conductista de la comunicación, hemos de atender, o atendemos, a lo que se denomina estímulo-respuesta, esto es, en función de como responden nuestros interlocutores a nuestros intentos de comunicación y en función de los propios resultados que cosechamos, así vamos variando nuestra manera de hacernos entender. Esto es básico y no ha de olvidarse nunca. Contemplar las intenciones Hay que aprender a mirar, a escuchar, a interpretar, a contemplar las intenciones y los deseos de los demás, y hemos de aprender a estar en comunión con los otros desde el respeto, desde la consideración, desde el sosiego, desde las buenas formas, desde la puesta en cuestión de criterios que se nos presentan como absolutos, teniendo en cuenta que todos, nosotros, los seres humanos, podemos juntos incrementar nuestras capacidades y habilidades en los planos intelectuales, espirituales y físicos. Es evidente que hay que conocer al receptor, y, cuanto más, mejor. Es claro que a todo el mundo no se le llega de la misma manera, puesto que cada cual tiene su mentalidad y su manera de aprender. Hemos de ponernos en el lado del otro: es lo que los griegos llaman empatía, empatizar. Solo si entendemos a los demás, seremos capaces de llegarles a la mente y/o al corazón. Quiero insistir en algo que conocemos desde hace tiempo, y que luego, por supuesto, no es fácil llevar a la práctica: el arma más potente que tenemos somos nosotros mismos. Si tenemos convicción y voluntad podemos llegar a donde queramos, tardemos lo que tardemos. Lo importante es no darnos por vencidos. Si, como a veces ocurre, hablamos con una “pared”, tendremos que intentar que esa pared tenga oídos e intenciones de atendernos. A lo mejor, y eso dependerá del interlocutor, debemos mostrarnos duros en unos casos o hipersensibles en otros para que ese posible muro se desmorone. La estrategia, la que planteemos ante cada supuesto, nos ha de llevar al receptor: ésa ha de ser nuestra conquista máxima, cueste lo que cueste. Y cuando las personas o las situaciones con las que tratamos son difíciles, complicadas, no enclavadas dentro de lo que podríamos clasificar como “usuales”, hay algo indispensable que hemos de esgrimir: para comunicar ante personas especiales, ante personas con una gran sensibilidad u hostilidad incluso, diría yo, hace falta que hablemos con el corazón, dando a entender siempre, demostrando, que creemos en lo que decimos, y, fundamentalmente, que creemos en ellos y en ellas con independencia de sus circunstancias. Además, como máxima os digo que cuando en vuestras vidas, también en materia de comunicación, no sepáis qué hacer, seguid, como dice El Principito, "el camino del corazón". No es poco.
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