martes, 21 de octubre de 2008

La importancia de la familia

Alguna vez me he preguntado qué sería de mí sin mi padre. En pocas ocasiones me lo he planteado, pocas sí, pero alguna ha sido. La respuesta se ha presentado siempre de manera contundente: no sería nadie. En una oportunidad, solo en una, me planteé qué sería sin mi madre, y me dije rotundamente que sería nada, que no existiría, que no estaría donde estoy; y con toda seguridad sé que no tendría ningún género de ubicación ni en el plano material ni en el espiritual o anímico. Lo debo todo a mis padres, como todos nos debemos a la familia, algo que hemos de reconocer si somos bien nacidos. Ellos nos han permitido el punto de encuentro intelectual y material en el que estamos. El ser humano ha recorrido este planeta durante millones de años, llegando al actual estado de evolución gracias a la idea de clan, de familia. Somos lo que somos en la puesta en escena en común. Estamos donde estamos porque un buen día dejamos la individualidad y nos consideramos parte de un todo, de una estirpe, de un linaje, de un grupo con unas condiciones determinadas. Luego la idea, que funcionaba, fue prosperando hasta constituirse estos colectivos en comunidades superiores que, hoy en día, han devenido en entidades nacionales e incluso supranacionales. Bueno, me pierdo un poco, pero creo que queda claro el concepto. Somos lo que somos porque no estamos solos, porque tenemos una misma tarjeta de visita, porque estamos en la misma batalla, porque saboreamos las ventajas y hasta aprendemos de los errores, que inevitablemente surgen y se repiten. La familia, ese cimiento que algunos consideran desfasado, antiguo y hasta anticuado, es la base del desarrollo, del progreso, del avance. Estamos en la misma nave, con el mismo pabellón, con fines conjuntados. Cuando una sociedad no ve lo que estamos diciendo, se deshace, y lo que viene después no es digno de encomio. Por otro lado, tenemos el factor suerte, ése que se dice que es necesario para que todo vaya bien, para que tengamos referencias, para no naufragar en el particular océano de cada cual. Yo, y ahora hablo en el plano personal, he tenido suerte, más que eso: mucha suerte. He gozado de la “baraka” de la que hablan los árabes. Os tengo a vosotros, mi familia, todos aquí mirándome, en torno a un apellido, con un tronco común que va más allá de una denominación: tenemos la misma cultura, una visión cercana de la vida, una honestidad que esgrimimos como bandera y que siempre nos recordará a nuestros padres, de los cuales somos herederos. Aquí, querida familia, estamos casi todos, cada uno en su situación, con más o menos fortuna, con el arma de la bondad como emblema, con el deseo de mantener esa cohesión de la que os he hablado. Sois, somos, ejemplo para los nuevos, para los que han llegado más recientemente, que miran y observan, que aprenden hasta sin querer que nada se logra sin trabajo, sin compartir, sin ser, fundamentalmente, personas. Solo quiero haceros llegar, en este día, mi cariño. Deseo que compartamos encuentros como éste durante muchos años y que durante mucho tiempo también podamos disfrutar de los valores que nos legaron nuestros antepasados a los que hoy, porque no están, porque nunca se fueron, rindo un especial tributo. Os quiero, y creedme si os digo que siempre os querré.

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