miércoles, 22 de octubre de 2008

El reloj vital del corazón

El corazón es un órgano básico, fundamental, ya sabemos, para nuestra supervivencia. Hay más en el cuerpo humano, y tan cruciales, pero pocos como él lo demuestran tan a las claras cada día, en cada ocasión. Es obvio. Precisamente por su importancia, es una parte vital, extraordinaria, única, señera, inigualable: sin ella no podemos vivir. Si falla, no seguimos nuestro camino, vaya como vaya lo demás. Cuando nuestro corazón está tocado, nosotros también. Por el contrario, cuando rueda bien, cuando está al cien por cien de operatividad, estamos estupendamente. Se nos nota hasta en la cara, en el rostro, que es el indica al mundo entero como nos encontramos. Hay una ligazón entre la calidad de nuestro proceso circulatorio y lo que somos en la existencia cotidiana. Por eso su cuidado, su mantenimiento, es extraordinariamente necesario para nuestra calidad de vida, y, todavía más, para vivir, para respirar, para salir adelante. No hay nada sin él. Debemos, por lo tanto, cuidarnos con él y de él. Es nuestro deseo, y nuestra obligación igualmente. Superar posibles problemas es posible, pero lo aconsejable es prevenirlos, que también es factible. Mejor es evitar antes de curar. Hay que seguir, indudablemente, ciertas reglas. Las pautas nos dan orden, concierto, sosiego incluso. En este mundo alocado es difícil hallar tiempo para nosotros, pero debemos hacerlo. Nos va la existencia en ello, y, previamente, nuestra tranquilidad se basa en una serie de consejos llevados a la práctica. Hemos de comer bien, con una dieta equilibrada, donde no falten las frutas y las verduras, y con un aporte moderado de los distintos ingredientes y vitaminas. No debemos cometer abusos, por lo menos no deben ser constantes. No han de faltar las legumbres, el pescado y el aceite de oliva en nuestra nutrición cotidiana. No nos excedamos con el café o el alcohol, y recordemos, no obstante, que un vaso de vino en las comidas es hasta aconsejable. Tampoco es conveniente que nos obsesionemos con dietas. Lo importante es que no haya excesos, no más de lo que podemos soportar, de los que debe aguantar una vida y un cuerpo normal y corriente. Hagamos, por otro lado, ejercicio, poco a poco, sin prisa, sin pausa tampoco. Hay que mantenerse lo mejor posible, pero sin puntos de excesiva desazón. Sin obsesionarnos, controlemos nuestro peso. Tengamos presente la dieta, como referencia. No comamos más de lo que necesitamos, y tampoco menos. Tengamos en cuenta la proporción entre talla, peso y volumen de nuestro cuerpo. No miremos al de al lado. Pensemos en nuestro propio bienestar, y no solo en cuestiones estéticas. El ejercicio regular mejora la circulación y también el riego que proporciona nuestro corazón, que latirá a un ritmo mejor y más adecuado. Nos lo dicen los médicos, y nosotros también lo vemos cuando seguimos unos consejos determinados. Tengamos en cuenta cuáles han de ser nuestros niveles de colesterol y de triglicéridos, y procuremos no superarlos. Consultemos con una cierta periodicidad al médico, y no tengamos ningún pudor en preguntarle cómo vamos, qué podemos hacer, qué nos conviene. Controlemos, igualmente, la tensión, que, cuando es elevada, favorece la aparición de enfermedades coronarias; y tengamos siempre presente que fumar perjudica, en general, la salud y, particularmente, al corazón. Es nuestro aliado, el mejor amigo de nuestro cuerpo. Es un hecho que el consumo de tabaco está directamente relacionado con un riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares. No fumemos, o, por lo menos, no fumemos mucho. El estrés de hoy en día tampoco ayuda en nada a la salud, y mucho menos al corazón. "Las prisas son malas consejeras", como rezaba aquel refrán. Las situaciones de ansiedad maltratan el corazón y pueden contribuir a su mal funcionamiento. Tomemos las cosas con tiempo, con tiento, con complacencia, buscando lo positivo, sin grandes alteraciones. Podemos y debemos. En todo caso, hagamos caso a nuestro cuerpo y a sus posibles avisos. Las alarmas en forma de dolores, de cansancio, de fatigas más o menos crónicas están para algo. Un chequeo a ciertas edades es siempre aconsejable. Cuando se superen los cuarenta años, hay que ver lo que pasa, aunque no nos suceda nada en apariencia. Mejor preocuparnos de nada que ocuparnos de patologías fuertes. Por otro lado, no olvidemos que el corazón está asociado al y con el amor. Si éste marcha bien, si se presenta viento en popa, si lo cultivamos y lo mimamos, seguro que el corazón, incluso en sus ritmos acelerados por cuestiones sentimentales, andará como un reloj y presto a determinar las mejores situaciones posibles. Busquemos, pues, el amor, que, indudablemente, existe para todos y para todas. Los sentimientos de amistad, de alegría, de solidaridad, de entrega, de voluntad y de voluntarismo, de paz, etc., ayudan a que todo marche bien en nuestro cuerpo, empezando por el corazón. Amigos y amigas, cuidemos el corazón, aprendamos a hacerlo. Todo se aprende. Conviene que empecemos desde muy jóvenes, y, si no ha sido así, siempre estamos a tiempo de cambiar de rutinas y de hábitos. Nuestra calidad de vida pende de ello. Cabeza y corazón forman parte de un todo. Así es. No nos quedemos con estas pocas palabras. Somos capaces de mucho. Empecemos, por favor, por nosotros mismos.

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